En mi colegio, en donde trabajo como profesora, hay dos chicas
que están embarazadas. Una de su primer hijo y otra del segundo. Cuando las
miro, me entra una especie de nostalgia mezclada con envidia por lo que les está
sucediendo.
Durante mis dos embarazos, me sentí llena de fuerza, energía
y determinación. Dentro de mí estaban creciendo mis bebés y mis cinco sentidos
se volcaron en sacarles adelante. En ambos embarazos hubo complicaciones de diferente
índole, ninguno fue fácil por diferentes motivos, pero en ambos mi instinto se
mantuvo fuerte.
Las mujeres tenemos la enorme suerte de poder gestar y dar a
luz a nuestros hijos. Es un don no exento de dificultades y molestias, un viaje
que te cambiará por completo, una aventura que, en un principio, pondrá patas
arriba todo lo antes estaba asentado, un paso al frente del que sales siendo,
según creo yo, mejor persona.
Miro a estas dos mujeres con su tripita incipiente, me alegro
por ellas y me da cierta envidia porque sé que esa etapa yo ya la he quemado. Ahora viene la más difícil, la de verdad: la de educar, pero
rozando los 40, el momento de la fertilidad, la incertidumbre y la esperanza ya
pasó.
La vida son etapas.